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Mensaje por Penquiu Mar 31 Dic 2013 - 11:27

El mar está quieto.

     Muy buenas a todos. Por lo general, no soy una persona que disfrute recordando, pero a estas alturas de mi existencia es lo único que puedo hacer. Me veo en el embalaje que es mi cuerpo y es obvio que no tengo herramientas con las que salir de aquí. Ni quiero. Normal, he hecho tantas cosas que aquí mi persona se acaba cansando. En fin, no pretendo entretenerles demasiado con prefacios o prólogos introductorios, por lo que pasaré directamente a hablarles de mi, de mi vida. Mi intención es resumir a un par de folios, quizá tres. ¡O quizá escriba un libro! Si total, ya no tengo límite alguno, ¡¿y quién es aquel que se atreve a decirme qué he de hacer?!.

     Vine a este contradictorio mundo de una forma un tanto especial. A diferencia de los demás, yo sí que recuerdo mi nacimiento. Bueno, sinceramente lo acabo de recordar ¡Menuda paliza me dio aquel medicucho imbécil! Yo tan feliz de haber nacido, viendo y respirando esos bellos colores que impregnaban el aire, a la vez que sentía que toda la existencia estaba conectada entre sí, ¡y va el desgraciado a pegarme! Qué injusta se presenta la vida al ver la luz, que no llevaba un mísero minuto allí y me apaleaban para curtirme. Yo, con gran orgullo, no consentí llorar ni una sola lágrima. Pero, ¡ay de mi! Sí que es duro este planeta. Cuando vi a mi mamá tumbada en una camilla con los ojos cerrados, inmóvil y pálida cual estatua, sí que lloré, sí. El matasanos por fin dejó de aporrearme el culo y me sacó de la sala. Ahora, en mi estado actual, sí que puedo describir mi sentimiento al ver cómo me alejaban del precioso cuerpecito de mi mamá, todo mi ser preso en mi debilidad. ¿Sabe usted, querido lector, lo que se siente cuando le rompen el corazón? Imagine que es usted puro amor, que usted no habita un trozo de carne dividido en mente y alma, que es sólo alma, y únicamente siente. Pues ese suplicio viví, sentí que me desgarraban por todos lados mientras se desintegraba lo poco que era mi ser de entonces.
Mi nacimiento fue una tragicomedia. Fue algo trágico porque, tiempo después, según me dijeron algunos hombres malos, maté a mi mamá, pero por otro lado mi papá hizo de mi vida una comedia.

     Mi infancia fue un sueño. No quiero decir con esto que lo pasé excepcionalmente bien, sino que no tengo muchos recuerdos. Me explico: los tengo, ya fuesen buenos o malos, pero son como flashes que se disparan en mi cabeza y dejaban la ceguera del momento durante un lapso de tiempo en el cual... no se, son sensaciones ambiguas las que me asaltan cada vez que los vivo. Por eso fue un sueño, porque recuerdas trozos exactos. Por eso y porque fui olvidando progresivamente todo lo que sabía en mi nacimiento. ¡Y vaya si sabía! Conocía absolutamente todo, de hecho al nacer todos conocemos Todo. Así que cuando aprendí a hablar, olvidé a ver los colores del aire. Cuando aprendí a andar, perdí mucha, muchísima imaginación. Y también olvidé cómo volar.
Cuando empecé a jugar con niños, olvidé mis amigos invisibles (¡los cuales he de decir que ahora mismo estoy viendo!). Ahora me doy cuenta de que cuando nacemos tenemos en nuestro haber todo conocimiento, pero conforme nos desarrollamos lo olvidamos para poder vivir en este mundo. Fue una etapa extraña, pero bueno, como empecé a aprender muchas cosas, sé que tuve una infancia feliz.  A ello le añado obviamente el hecho de que crecí sin mamá pero mi papá siempre estuvo hablándome del amor, el corazón y la felicidad. Recuerdo que me llevaba al colegio todos los días, nunca faltó a una de mis obras del teatro escolar y siempre me defendió, pero a la vez que me enseñaba a defenderme. Decía que ser feliz no es sonreír todo el rato ni ser un inútil, sino que es disfrutar de los buenos momentos y aprender de los malos.

     Tras acabar el colegio, empecé la secundaria en el instituto de mi pueblo. Fue una época horrible, ¡y decir que fue horrible es poco! La gente era mala, pero que muy mala. Yo era una persona sensible y no muy fuerte, ahora que lo pienso. Como hasta ese entonces había vivido en un ambiente de todo bondad y felicidad, no sabía lo que era el dolor. A ver, sabía lo que es, pero no me refiero al dolor físico. En el instituto todo el mundo fue malo, parecía aquello una jungla de cemento.
Me acuerdo de subir las escaleras con paso firme porque los que iban tras de ti te pateaban los talones para hacerte tropezar, o de que el resto de alumnos me miraban raro y se reían de mi por las cosas que decía, que si ser feliz y el amor y todo eso.
     Todos, absolutamente todos, me atacaban o hacían el vacío. Decían que mi padre era estúpido, gilipollas, un puto marica porque hablaba del corazón, a la vez que me empujaban. Además, esta fue la etapa en que los hombres decían por lo bajo (aunque los escuchaba demasiado bien) que yo había matado a mi madre. Esto derivó en un rechazo a mi padre enorme. Le dije que no quería que me recogiese más del instituto, empecé a callar todo lo que sentía y a encerrarme en mi habitación a escuchar música. Recuerdo que un día quiso hablar conmigo y me dijo que estaba preocupado por mi. Yo le insulté y le dije muchas cosas malas, y vi que estaba triste y eso en cierto modo me produjo placer y un agobio bestial. Para colmo, en mi adolescencia sufrí el mayor de los suplicios, sin contar el perder a mi madre, ya que eso lo acabo de recordar. Me enamore locamente, y como es obvio, esa persona me mantuvo en el anzuelo, como quien dice. Esto es, nunca me dijo que no pero tampoco me dijo que sí, por lo que yo estaba siempre en los malos momentos pero en los bueno ni sabía mi nombre. Ahora me arrepiento de haber dudado de mi padre, sé que es la persona que más me ha querido en la vida, aparte de mi madre, que él decía que era un ángel que me cuidaba desde el interior de mi corazón. Cuando acabé el instituto y el bachiller sentí que me quitaba un peso de encima. Tenía dieciocho años y una vida por delante. A su vez, esa persona de la cual me enamoré dejó de tenerme en el anzuelo, pero porque yo dije ''basta''. Recuerdo, como un flash permanente, el momento en que el significado de adolescencia cambió de ''edad comprendida entre los trece y los dieciocho años'' a ''etapa en que adoleces lo suficiente como para aprender la vida lo necesario para seguir adelante.''

     Hice selectividad y saqué una buena nota que me granjeó la entrada a la universidad. Hube de irme del pueblo y dejé a mi padre sólo, pero él, en su afán de hacerme feliz, fue el primero en empujarme fuera, para que andase lo que él llamaba el Camino. Estudié Filosofía y pasé los que fueron a mi parecer los mejores cinco años de mi vida. Conocí gente de mis mismos gustos y aficiones, viajé por todo el país, hice amigos en cada lugar que visité, e incluso tuve un par de parejas. Recuerdo las noches de flexo estudiando sin parar, las latas de bebida energética esparcidas por el suelo y los aprobados con muy buena nota. No todo fue trabajo duro, claro, también disfruté de la Gran Ciudad y las fiestas a las que iba. Hice grandes amigos con los cuales estuve en contacto toda la vida, ¡y con los que curiosamente ahora estoy en contacto! Tras graduarme, decidí pasar un año sabático en el cual viajé al extranjero y conocí al que fue mi gurú, por decirlo de algún modo. Era un viejo amigo de padre, y el saber de su existencia fue mi regalo por haber acabado la carrera. Todo esto se debe a que, estudiando filosofía, mi conciencia no dejaba de rechazar a los filósofos dualistas, a todos aquellos racionales que no tenían en cuenta al corazón. Algo en mi interior me decía (y ahora lo afirmo muy acertadamente) que existe una ley innata que rige nuestras vidas en la más absoluta libertad. Esto me llevó a investigar sobre el budismo y a la meditación y ese tipo de cosas, por lo que, volviendo al tema, mi padre me compró un billete de avión hacia un país extranjero para conocer a ese hombre. Llegué con lo puesto y el alma aventurera como abrigo. Recuerdo el dormir a la intemperie, aprender el idioma y preguntar por aquel sabio. Comer lo que mendigaba o conseguía del campo y, por fin, conocer la ubicación del amigo de mi padre. Jamás se desprendió de mi mente el momento en que vi a mi gurú por primera vez. Aquí, queridos lectores, he de hacer un silencio enorme, pero antes daré razones: ese hombre sabio nunca habló. Simplemente, con gestos, fue enseñándome a meditar y a orar con unos pergaminos en los cuales estaban impresas oraciones en sánscrito. Y así pasé cinco años, en los cuales alcancé un estado de conciencia asombroso. ¡Justo el mismo en que estoy ahora! Pero no puedo hablar de ello.

     Volví a casa contando veintisiete años y, bueno, el resto de mi vida se basa en meditar, dar clase como profesor en varios institutos y viajar mucho con mis amigos de la facultad. A ello he de añadir que me casé y tuve una hija a la cual llamé Clara. Como es normal, tuve mis idas y venidas, pero mantuve una actitud positiva para con el mundo.
Mi padre murió a los ochenta y dos años debido a una neumonitis, y por aquel entonces yo tenía cincuenta y cinco. Recuerdo, y esta vez como una película, el eterno momento entre que me avisaron desde la residencia, fui atropelladamente hasta allí, ver su cadáver aún caliente y con la expresión afable de haber vivido la vida, la funeraria transportando el féretro, el velatorio y la misa, así como la cremación, hasta cuando, junto a mi familia, esparcí sus cenizas por el mar. Pasé una pequeña crisis existencial y, gracias a mi hija, logré sobreponerme. La chica no hizo otra cosa que contactar con mi gurú y traerlo aquí, a la Gran Ciudad. Él no hizo otra cosa que abrazarme, sonreír y decirme con la mirada lo que yo ya sabía. Y se fui. Nunca lo volví a ver.
Así pues, mi alma y mente quedaron tranquilas, a la par que mi cuerpo se deterioraba. Hubieron de pasar otros treinta y nueve años para que, víctima de esa invención humana que es el tiempo, quedase postrado en una cama, igual que mi mamá al darme la vida. Sentí que se me escapaba esta vida, pero por lo menos estaba allí mi familia. A mi pareja la besé y dejé como herencia una vida a su lado, y a mi hija le entregué el mismo rosario y escritos en sánscrito que mi gurú me regaló cuando nos vimos aquella primera vez en lo profundo del extranjeoa. Recuerdo demasiado bien exhalar mi cuerpo astral y espiritual por los labios, a mi familia llorar, e ir a donde, desde este mismo momento, me comunico con usted, mi amado lector.

     Porque si bien a mi familia la amé en vida, en la que es mi muerte le digo a usted que le amo. Que le amo porque usted está vivo y lee esto a través de una pantalla fría. Sé que mi vida no es para nada arrebatadora y apasionante, pues sólo soy otra huella en la playa. Con este comunicado quiero hacerle ver que, aunque no alcancé la fama ni ostenté un título de renombre, ni mi cartera rebosó fajos de billetes, sí que viví. Que viví con el amor por delante, que la felicidad es aquella definición que decía mi padre y que del silencio del gurú aprendí lo que las palabras nunca podrán decir. Ese es el tormento del escritor, jamás podrá describir la esencia de las cosas, pero lo intentará con un amor tan grande que quizá haga que en este momento que lee usted el periplo de mi vida, quizá, suelte alguna lágrima, porque su corazón entiende lo que quiero decir. Créame cuando le digo que estoy haciendo un esfuerzo enorme para, en este momento, hacer que el mar no lance una ola sobre mi huella y usted, amado lector, lea el resumen de mi vida en unas líneas que jamás podrán describir lo que ha visto mi alma.
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Mensaje por Penquiu Vie 3 Ene 2014 - 23:22

Bueno, me ha parecido ante todo una historia interesante, es una biografía, y a mí me gustan las biografías. Te doy mis felicitaciones por el escrito en general. Aún así ha habido ocasiones en las que se me iba el hilo (pero al momento volvía).
Quizá le falte esa chispa que haga que el escrito sea de sobresaliente, o quizá no, porque como bien dices hay que hacer un esfuerzo para mínimamente sentir lo que plasma el autor en el papel, que no es ni la mitad de lo que quiere expresar.
Tiene momentos bonitos y alguno desagradable (como toda vida), pero me ha gustado.
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Mensaje por DavidSlap Vie 10 Ene 2014 - 1:18

Este no lo puntúo porque es un borrador. Te doy una P de Caballo.
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Mensaje por Torse Vie 10 Ene 2014 - 8:23

Se trata de un texto biográfico, de eso no hay duda, he de reconocer que he echado de menos el vocabulario complejo y también una estructura que sea más atractiva para los ojos, intenta que no se te queden los textos muy juntos, es un consejo.

Respecto al contenido en sí del texto, empiezas con una biografía desde el comienzo de la misma vida hasta que luego acabas con una conclusión que pretende influenciar al lector, en este caso la de que no es necesario ser una persona conocida ni rica para poder vivir una gran vida, lo cual corresponde a mi opinión, pero creo que le falta a mi parecer una chispa que haga que el lector acabe satisfecho del todo, o al menos esa es mi impresión, igualmente no está nada mal.

En este tipo de textos autobiográficos la explicación de los hechos se suele hacer de forma resumida, excepto en ciertas partes que tengan una cierta relevancia en la historia, por eso pienso que en algunas partes hubiera sido mejor que no detallaras tanto, por ejemplo, en lugar de poner: "Decían que mi padre era estúpido, gilipollas, un puto marica porque hablaba [...]" podrías haber puesto: "Insultaban a mi padre porque hablaba [...]" Ya que no elimina nada de relevancia en la historia y da una mejor impresión al lector.

El texto en si no está mal, pero pienso que si hubieras tenido mucho más tiempo hubiera sido muchísimo mejor de lo que es ahora, gracias por participar.
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Mensaje por Maximetinu Dom 12 Ene 2014 - 11:46

Qué decirte, tú sabes lo que pienso. Los mismos errores que ves tú los he visto yo también, es una buena masa de arcilla a la que te falta darle forma redonda. En sí la historia me encanta, pero tienes que conseguir darle esa chispa que tenga sabor a "vida que aparentemente no es ninguna vida en especial pero que, en realidad, es VIDA".

Se entenderte tanto que a mí me gusta bastante, fíjate en lo siguiente. Has contado una vida "que no merece la pena contar". No porque no merezca la pena narrarla, sino porque no merece la pena cuantificarla entre el resto de vidas estadísticas del planeta. Nunca mejor dicho: la vida que cuentas no tiene precio.
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Mensaje por Twig Lun 13 Ene 2014 - 7:03

Joder David. En serio, tienes un dón y NO es por hacer la pelota. 
Mas tarde voy a lo malo, pero ahora te tengo que decir lo siguiente. Tus relatos son insaciables. Tienes un ritmo que simplemente pone a uno en trance. Vamos, empiezas a leer y en la primera frase ya no conoces otra cosa que no sean esas palabras, la curiosidad, interés y aprensión las siguen. 
Pienso que tus relatos son de cierta manera una ventana por la que se puede mirar dentro de tu ser, y lo que veo es tan interesante que podría estar leyendo contemplando horas y horas. ¿Con esto qué te quiero decir? Que enganchas a los lectores jodidamente bien. 
En las últimas cosas que he leído tuyas (las cartas del relato de sadomasoquismo, la vida del samurái y esto) me sumerjo por completo en la historia, en el mundo que creas. En ningún momento me aburre o me hace pensar en otra cosa que no sea el tramado de palabras y letras que desenvuelven tu creación. 

En primera instancia pensé que el relato era tuyo por ese ritmo que engancha, pero luego sopesé la posibilidad de que lo hubiese escrito Metinu. Esto, sin ánimo de ofender a nadie, ya le digo a Metinu que su relato me ha flipado, es por la utilización de expresiones que en mi opinión le restaba clase. 
Al ser un borrados seguramente lo corrijas y tal, pero por poner un ejemplo, "hacer el vacío". No sé, es una expresión juvenil no muy extendida. Mi padre si lo leyese no entendería el significado. En el foro somos la mayoría jóvenes y no tenemos problema con eso, pero al escribir cualquier relato creo que está bien hacerlo comprensible para cualquiera.
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