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Mensaje por Alantor Miér 20 Jun 2012 - 12:23

aqui otro de mis proyectos este se quedo en lo que esta escrito y en la idea en mi cabeza lo escribi tambien hace un año pero se quedo hay



Capitulo 1: La mesa Quebrada.



Cuentan las historias que en el comienzo de los tiempo, el ser humano vivía en paz, todo era tranquillo y apenas había guerras y conflictos, pero el ser humano en su infinita estupidez tiende a guerrear con sus congéneres, para mantener el equilibrio entre el bien y el mal los cinco dioses regentes, enviaron a la tierra a sus súbditos de mas confianza, otorgándolos poderes sobrehumanos para poder mantener el orden.

Se dice que cada enviado recibió un poder especial de su dios dándole habilidades imposibles para un ser humano corriente, ellos no eran humanos, pero al habitar en la tierra se hicieron mortales, ese fue el precio que pagaron por sus habilidades, llego el día en el que poco a poco esos enviados fueron muriendo, pero para evitar que el caos volviera a reinar, cuando un enviado fallecía, su dios asignaba un nuevo guardián, dándole habilidades y poderes extraordinarios.

Cada generación, tenía habilidades completamente distintas, pero mantenían una similitud entre ellos, cada uno representaba a su dios, por lo que su personalidad solía ser de lo más parecida. A los cinco dioses se los representaba por cinco elementos. Fuego, Aire, Agua, Rayo y tierra.

Su misión era sencilla mantener el equilibrio costara lo que costara. Irónicamente, estaban destinados a mantener el equilibrio, pero entre ellos no mantenían equilibrio alguno, solían crear conflictos, aunque siempre los resolvían, había disputas. Así pasaron los siglos hasta encontrarnos en la época actual, cada guardián, se encontraba en un punto de la tierra manteniendo el orden, dado que la tierra era inmensa y cinco era un numero escaso para tan basta extensión. Llegaron al acuerdo de reunirse una vez cada 2 años en un punto acordado. Poco tiempo quedaba para la fecha.
***

La tormenta se arremolinaba en el cielo, a la vez que el viento golpeaba fieramente la ciudad, acompañado de relámpagos que desgarraban el cielo y truenos que ensordecían los oídos, no podía faltar su gran compañera la lluvia. En una azotea de un edificio, una figura camina lentamente por la estructura, viste una gabardina negra y tapa su cara con una capucha, pero en sus manos se puede distinguir un arma de un solo filo curvada y con un mango redondo, la historia a denominado a esas armas katanas. Los guardianes contaban siempre con algo de ayuda, una milenaria casta de herreros forjaba sus armas con un metal bendecido por los dioses, un metal tan duro que era imposible de quebrar, además junto a ellos estaba el gran maestre, que ejercía de mentor y líder de la organización.

La figura se acerco mas al borde de la azotea, descubriendo un bulto agazapado en el suelo que gemía y lloraba rogando por su vida. Una voz suave y femenina surgió debajo de la capucha.

-Ruégale a Jhirei, que perdone tus pecados-

Con un movimiento extremadamente rápido el brazo de la mujer trazo una curva perfecta decapitando al pobre diablo. Después sacudió el filo de su arma desprendiéndola así de la sangre, para después envainarla en su funda colocada en la cintura. Apoyando un pie en el borde de la azotea, examino el cielo en busca de algo.

- Ya queda poco, dentro de dos días veré a mis hermanos de nuevo-

Poco parecía importarle mojarse con el gran diluvio que azotaba la ciudad, al contrario una sonrisa surcaba su bello rostro.

***

El clima calido del desierto, junto al viento que arrastraba las finas partículas de arena que reinaban el lugar, hacia que la vida por aquellos lugares fuera casi imposible, una polvareda de humo se alzaba, un grupo de caballos cabalgaba a una velocidad estrepitosa, huyendo de lo que parecía ser un hombre corriendo. Su toga negra ondeaba ferozmente, acelero el ritmo de su marcha dando alcance a los caballos, los hombres que montaban los animales, se giraban temerosos y maldecían, con un movimiento rápido el hombre se coló entre los caballos sacando una espada curva de su cintura y con unos movimientos rápidos partió los caballos en dos tirando a los hombres que los montaban al suelo, haciendo que rodaran por la calida arena del desierto.

El extraño paro en seco su marcha, acercándose lentamente a los hombres caídos que intentaban levantarse para seguir huyendo, saboreando amargamente posiblemente sus últimos momentos de vida, uno de ellos lo consiguió se puso en pie y hecho a correr. Pero el cazador no dejaría escapar a su presa, en una fracción de segundo se situó delante de su premio clavándole el filo del arma en el estomago, disfrutando de la sensación del acero hundiéndose en la carne, saboreando con una maliciosa sonrisa en su cara, la agonía del nómada.

Su masacre no pararía hay volvió lentamente hacia los dos hombres que quedaban de una patada le partió la traquea a uno de ellos, haciendo que muriese al instante. Pero con el último se acerco lentamente posando la punta de su arma en la garganta del joven y sonriendo.

- Ahora deseas matarme ¿Verdad? Por que no le pides a Krarion tu deseo, es más toma mi espada, asesíname con ella, lo deseas-

Agarro las temblorosas manos del joven y coloco en ellas su katana, este le miro atónito y no desaprovecho su oportunidad lanzo un tajo vertical hacia el sanguinario, este lo esquivo y cargo contra el joven alzando su extremidad y golpeando con el antebrazo el pecho de su adversario, dejándolo sin respiración y con las rodillas clavadas en el suelo.

- No mereces morir lentamente, que Krarion perdone tus pecados- mascullo el hombre para finalmente asestar el golpe de gracia con la palma de su mano en el pecho de su oponente, disfrutando con el sonido de las costillas al partirse bajo sus manos. Finalmente alzo la vista al cielo.

- Parece que ya es la hora e de volver a ver a mis hermanos, camino lentamente por el desierto con un rumbo fijo en la mente.

***

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