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Mensaje por Alantor Vie 22 Jun 2012 - 14:36

Buenas noches:

Aquí os dejo unos lineas del primer capitulo de mi actual proyecto, es la primera parte de cinco que tiene el primer capitulo, falta añadir que es un boceto y no es el estado final tengo unos cambios pensados en mente, pero me gustaría que me dierais vuestra opinión, narra una parte de la infancia del protagonista, es la primera idea que tuve, luego pensando con mi editora, decidimos cambiar el estilo narrativo y sera narrado directamente por el protagonista, aun estoy inmerso en el primer capitulo y voy por la parte tres de cinco. espero sinceramente que os guste.

Y disculpar posibles faltas de ortografía falta de comas puntos etc, por desgracia y sucesos en mi vida no pude acabar mis estudios, cosa que actualmente le estoy poniendo remedio, y ya sin mas dilación aquí os dejo unas lineas.



Capítulo 1: Separados, El camino del caballero.

El sol se alza encima de las montañas que resguardan Carnomar de los vientos fríos de Nagard, un pequeño pueblo perteneciente al duro gobierno del imperio, en el que sus habitantes luchan día a día por sobrevivir junto con sus familias y pagar los impuestos del imperio.

Los rayos de sol se cuelan por la ventana de un joven de quince años que se despierta perezoso ante el nuevo día, camina arrastrando los pies hacia la ventana, corre el cerrojo y deja que la suave brisa inunde su habitación. Mira al cielo escrutando el clima del día, la semana había sido calurosa, se acercaba el verano. Lentamente desabrocha los cierres de su túnica de tela dejando que ésta recorra suavemente su piel hasta el suelo, el chico se acerca a su baúl y saca unas calzas negras, una camisa de lino granate y un chaleco oscuro. Después de vestirse recorre los pocos metros que separan su habitación del cuarto central de la casa, donde su madre prepara el desayuno.

-Buenos días, cielo- saluda la mujer con ternura al chico.
-¿Dónde está padre?- responde el muchacho recorriendo con la mirada la estancia, buscando en vano a su padre.
- Ha salido, tenía asuntos con los ancianos- un escalofrió recorre el cuerpo del joven al oír a los ancianos, eran los que gobernaban Carnomar y en más de una ocasión le habían azotado junto a su amigo por traviesos. Desayunó rápidamente una hogaza de pan y leche de cabra, se levantó de la mesa y se acercó al armario de la entrada para sacar su arco y la aljaba, se la colocó en el hombro mientras su madre le miraba seriamente desde la cocina.

-Sabes que no me gusta que vayas a cazar a las montañas, son peligrosas.
-No queda otra, madre, si no cazo no comeremos. Si padre se preocupara de alimentarnos en lugar de estar todo el día en el salón discutiendo con los viejos, no tendría que pasar el día en la montaña rogando a Beriant que me mande un ciervo para poder comer.

No hubo ninguna palabra más... El chico salió de la casa y tomó rumbo al hogar de al lado donde vivía su amigo de la infancia, golpeó la puerta varias veces, hasta que se abrió y salió su compañero.

-¿A dónde iremos hoy? ¿Al lago, al encinar o a las cuevas?- interrogó el joven.
-Para empezar a la herrería, debo recoger mi espada.

Caminaron en silencio hasta la herrería, era la casa más alejada del poblado para que los continuos repiqueteos del martillo contra el acero no molestara a los habitantes.

-Buenos días Barford, vengo a por mi espada- saludó el muchacho al herrero, que era un hombre ya entrado en años.
-Aquí está, chico, son dos monedas de oro- respondió el herrero con un brillo en los ojos.
-¿estás loco? dos monedas de oro por un afilado es un robo, te doy una moneda y dos kilos del venado que abata hoy.

El herrero refunfuño un rato, pero le entregó finalmente la espada al chico.
-Espero que tu puntería sea tan buena como tu labia.
No mediaron ninguna palabra más, los dos jóvenes se dirigieron hacia el repecho junto al pueblo, el único camino que había cerca que se internara en las montañas.

El sol se alzaba cerca del mediodía y los dos jóvenes descansaban cerca de un tranquilo lago.

-¿te ha vuelto a pasar lo mismo de la semana pasada?- preguntó el muchacho despellejando el ciervo, recordando cómo una semana antes su amigo echó un chorro de fuego por sus manos, magia sin duda, un poder peligroso.
-Sí, aunque ahora puedo controlarlo más, no he vuelto a tirar fuego pero si me concentro un rato salen chispas de mis palmas.
- No habrás sido tan estúpido de contárselo a alguien...
- Sólo a mi hermano, pero me juró que no diría nada.
-Estás condenado, tu hermano no es famoso por su discreción, lo raro es que no hayan aparecido ya tropas imperiales a cortarte las manos y sacarte los ojos.

El chico se sobresaltó a causa de la imagen de sí mismo sin manos ni ojos.
- ¿Por qué iba el imperio a cortarme las manos y sacarme los ojos? - preguntó con miedo
- Solo son rumores pero dicen que ahora la guardia celestina se dedica a cazar jóvenes magos antes de que sus poderes sean lo bastante fuertes. Ya tienen suficiente influencia en el imperio los Invocadores, no se pueden arriesgar a que unan más miembros a sus filas, al menos eso dice mi padre. Pero si te sirve de consuelo, yo no dejaré que te corten las manos- finalizó el joven mientras terminaba de empaquetar la carne del venado y atar la piel.

-Gracias...- Susurró timido su amigo, mientras metían los paquetes en el fardo.
-Venga, vayamos a entrenar un poco con la espada- dijo el joven mientras lanzaba un palo de madera a su amigo.
-No, otra vez no, aún me duelen los huesos desde el último entrenamiento, no soy tan diestro con la espada como tú.
-Vamos y no te quejes, que yo aún tengo el costado quemado después de tu exhibición del otro día.

Ambos rieron un rato y después intercambiaron unos golpes con los palos. Hasta que la noche comenzó a caer y se encaminaron de nuevo al pueblo. Cuando llegaron a la entrada, Barford esperaba apoyado en la pared de su casa, el chico le entregó lo prometido y siguieron camino a sus casas. Cuando les quedaban apenas unos veinte metros se detuvieron, enfrente de la casa del joven mago se reunían unas diez figuras. Los tres ancianos hablaban con cinco hombres que vestían largas túnicas y tapaban sus caras con capuchas, detrás de los ancianos se encontraba el padre del joven y el hermano de su amigo.
Cuando los encapuchados se dieron cuenta de las nuevas presencias se giraron, los ancianos señalaron al amigo y los encapuchados emprendieron el paso hacia ellos.

El joven escupió al suelo y masculló una maldición, sin duda, lacayos del imperio que se habían enterado de las habilidades de su amigo. Desenvainó la espada y se colocó delante protegiendo a su amigo.

-Para cortarle las manos a mi amigo y sacarle los ojos, primero me tenéis que matar a mi.- gritó el joven enfurecido.

Los encapuchados continuaron andando, como si nadie hubiera hablado. El joven cargó contra ellos pero un cinco contra uno claramente le dejaba en desventaja, no se veían espadas a simple vista, al menos tendría alguna oportunidad y podría llevarse a un par antes que algún acero se le clavara.

Corrió con todas sus fuerzas acortando la distancia entre él y los forasteros y rezando a Beriant para que a su amigo le diera tiempo a escapar. Estaba a unos metros de un encapuchado cuando alzó la espada para asestar un golpe al pecho de su adversario, extrañado pues este no había hecho ningún amago de agarrar ninguna espada, simplemente llevaba las manos juntas en su pecho y la cabeza baja.

Algo extraño sucedió cuando la hoja de su arma debía clavarse en el pecho del visitante pero, para su sorpresa, simplemente se deslizó como si una barrera invisible cubriera a su enemigo. La espada se clavó en el suelo y antes de que pudiera alzarla de nuevo una fuerza invisible le empujó varios metros por el aire, chocando con uno de los postes del porche de una casa.

Un encapuchado se acercó a su amigo.

-Mi nombre es Saraen, no vengo a cortarte las manos ni sacarte los ojos, soy un invocador de cuarto rango, estoy aquí en respuesta a las habilidades que se han despertado en ti, para que me acompañes a la torre de Eremor, así podrás completar tu aprendizaje y convertirte en un invocador.

El chico asintió con la cabeza y los cinco forasteros, él y su hermano entraron en su casa. Dolorido, su amigo se levantó del suelo y recogió su espada y la envaino. Se encaminó a su casa golpeando con el hombro a su padre cuando se cruzó con él.
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