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Escrito en la modalidad de prosa nº 1

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Mensaje por Penquiu Sáb 20 Jul 2013 - 22:38

 CORANICE

 
Los orbes azules de Kristoph contemplaban pasivos desde las sombras que proyectaba el candelabro la escena de deseo y placer que se desplegaba delante de sus ojos.


Saisha y Marline ignoraban su presencia, sus atenciones centradas completamente en su ingenua víctima. Esta noche sin luna el desafortunado parecía ser soldado de guardia de un castillo cercano por su uniforme a medio quitar y la espada que había sido olvidada a los pies de la mullida alfombra donde estaba siendo extasiado por las dos criaturas de belleza inhumana.


Kristoph se acomodó mejor en el sillón, dándole un sorbo a su vino escarlata. Saisha y Marline eran sin duda unas de sus mejores adquisiciones por el espectáculo que traían a Coranice, su mansión, cada vez que salían a cazar.


De la garganta del hombre brotaban gemidos de placer borracho mientras Saisha enterraba la cabeza entre sus piernas, llevándole al abismo de la insania. Los cabellos oscuros de Marline caían sobre su pecho entretanto le lamía sensualmente el cuello, aunque sus ojos esmeralda estaban clavados sobre los de su hermana.


Kristoph no se inmutó cuando el primer grito aterrorizado retumbó por Coranice. La cara del hombre se había quedado lívida, sus ojos desorbitados por el dolor y su gesto torcido en una mueca del más alocado pavor. Saisha elevó el rostro, sólo que éste ya no era el semblante cautivador y fascinante, sino uno aberrante y salpicado por sangre. Su boca se abría mostrando una cavidad enorme con dientes afilados que masticaban lo que acababa de arrancarle al hombre, que había sido inmovilizado por Marline con una fuerza que no podía combatir.


Kristoph observó tranquilamente la espectacular carnicería. Esa noche, como cualquier anterior, los torreones de Coranice se erguían invencibles en el cielo. Kristoph podía sentir la brisa de la noche entrando por las ventanas abiertas como si se tratase de sangre que viajaba por sus venas. Las puertas se mecían y crujían con fragilidad, mientras que los ladrillos negros mantenían a Coranice postrada en lo alto de la colina, escondida entre pinos y castaños.


Desde hace siglos se dedicaba a acoger en Coranice a seres que, como él, estaban condenados a la inmortalidad. Les ofrecía protección y el saciar sus necesidades a cambio de entretenimiento y obediencia, así mataba el tiempo e intentaba darle algo de sentido a su existencia, pero era consciente de que lo único que le importaba era Coranice.


 Las palabras de su madre flotaron por su cabeza de manera burlesca, recordándole su naturaleza irremediable.








“Mira a tu alrededor, hijo. Estos seres que se mueven son seres humanos. ¿Notas alguna diferencia entre ellos?”.


Se encontraban refugiados de la lluvia debajo en un portal en una calle en la ciudad de Newcastle. El rostro de su madre lucía pálido y su delgadez era hasta dolorosa. El hambre y el frío eran unas constantes en sus vidas de nómadas. La mente infantil de Kristoph atinaba a pensar que buscaban algo, algo por lo que merecía la pena morir.


Siguiendo la petición de su madre, elevó el rostro y contempló a las figuras arropadas que se movían con prisa por las calles. La visión se le antojaba sin sentido, como si estuviese vislumbrando a través de una cortina un mundo al que no pertenecía.


“Son todos iguales” Respondió.


Su madre había agarrado entonces su rostro con una fuerza que le asustó.


“Kristoph, ¿por qué queremos existir? ¿Por qué quieren existir ellos?”. Él había visto su reflejo de niño temoroso en los ojos de su madre. “Sólo hay una cosa que necesitamos y que nos necesita. Encuéntralo y serás inmortal, sino, acabarás como yo, una vieja enferma vagabunda”.


Su voz había temblado al preguntarle a su madre el cómo.


“Ellos quieren ser encontrados. Arden en deseos para materializarse, nos anhelan igual que nosotros a ellos. Pero para encontrarlos deberás jugar un juego…”.


Y así Kristoph se había despedido de su madre. Había deambulado por el bosque que su madre le había señalado. Por cada sombra que veía moverse se imaginaba todo tipo de vil criaturas acechándole para hacerle daño. Al fin llegó a un claro entre los árboles donde el lago le esperaba. Nunca había pasado tanto miedo, pero siguió las instrucciones de su madre al pie de la letra. Se adentró en el lago, se dejó sumergir y caer al fondo, dejó que el agua se adentrara en sus fosas nasales y bajara por su garganta a los pulmones. Y cuando su visión se veía doteada por las manchas negras de la inconciencia y su cuerpo entero ardía, una voz melosa había sonado en su oído de manera clara y definida. Lo que sea que fuese que le hablaba se presentó como Coranice, quería juntarse con él, hacer un pacto.


 




El cese de los gritos del soldado sacó a Kristoph de su ensoñación. Sobre la alfombra quedaba un amasijo de huesos y tripas empapadas en sangre tan roja como su vino. Marline y Saisha dormían plácidamente, sus facciones volvían a ser armoniosas y denotaban satisfacción. Los pasos tímidos y torpes de Dorin, un eunuco que se alimentaba de la salud de los humanos, lo delataron antes de que apareciese por detrás de una puerta para recoger los desechos del antes-era-soldado.


De repente, la campana del portal sonó. Unos segundos del más absoluto silencio precedieron al poco usual sonido. Coranice contenía el aliento.


Kristoph se levantó del sillón y dejó la copa sobre la gran mesa de roble. Sus pies lo guiaron al pasillo central y cruzó toda su longitud, el ruido de sus pasos anulados por la alfombra negra de terciopelo.


El viejo Trampithusion, mayordomo cambia caras de Coranice, ya se encontraba abriendo la puerta. Al otro lado se encontraba un soldado. Kristoph notó el sello de Henri I en su uniforme. El hombre estaba prostrado firme y decidido, aunque sus ojos navegaban por el pasillo con un deje inquietud mal disimulada. Cuando llegó hasta el portal de Coranice, Trampithusion invitaba al hombre a pasar, oferta que declinó educadamente diciendo que sólo quería tener unas palabras con el dueño.


“Soy Kristoph, propietario de Coranice, ¿en qué puedo ayudarle?”.


Los ojos del hombre se abrieron de par en par. Kristoph ya estaba acostumbrado a provocar tales reacciones en los humanos. Su aspecto era el de un joven de no más de 20 años, sus facciones eran andróginas y delicadas, alto, esbelto, y dotado de un aura que atraía todo tipo de miradas por alguna razón que seguramente tuviese que ver con que no era humano, por mucho que nada de su aspecto delatase tal hecho.


“Hola, soy Jason Holligan” Se presentó el soldado, recuperando la compostura en breve. “Parece que se han vuelto a escuchar gritos que provenían de esta dirección. Venía a asegurarme de que todo estaba en orden.”


La población cada vez se acercaba más a su colina, y en los últimos años la actividad anormal de Coranice había levantado sospechas y rumores entre los transeúntes.


“Vaya, me parece que no puedo ayudarte, yo no he escuchado nada personalmente, ¿tú has escuchado algo?” Se dirigió a Trampithusion.


Éste negó con la cabeza. “Nada, mi señor”.


Kristoph volvió la mirada al soldado. Podía percibir la desconfianza al igual que se perciben un par de ojos sobre la nuca. Sin embargo, el soldado Jason no insistió. Después de despedirse formalmente se retiró con andares que chillaban a orden y disciplina.


“Trampithusion, asegúrate que estén todos dentro, nos movemos”.


“Como diga, mi señor”. Tranpithusion asintió diligentemente y se marchó a cumplir sus órdenes, cerrando antes la pesada puerta de madera de nogal.


Kristoph se mantuvo de pie en el sitio, pensativo. No le gustaba “moverse”, nunca sabía con qué se iba a encontrar, pero era necesario para no levantar sospechas y mantenerse a Coranice y a sí mismo a salvo.


Al cabo de un rato, cerró los ojos y apoyó la mano contra la puerta. Podía sentir los latidos de  Coranice acompasados con los suyos en perfecta armonía. Nunca había sentido interés alguno por el sexo, pero no se imaginaba acto más íntimo como aquel en ese momento, en el que su ser se fundía al completo con el de Coranice, se entremezclaban y se fusionaban, y, tras apenas un segundo, volvían a separarse, pero manteniendo esa profunda conexión.


Dejó salir un suspiro, ya estaba hecho.


Con aprensión, abrió la puerta de Coranice. Un intoxicante aire cargado de humo y olores que no reconocía lo azotaron al hacerlo. A ambos lados de Coranice se extendían dos hileras de casas similares en tamaño. Era de noche afuera, pero llegaban ruidos a lo lejos que también se le antojaban desconocidos. Nunca había dado un salto tan adelante en el tiempo.


Cuando empezaban a generar suspicacia, se “movían”. Coranice realmente nunca cambiaba de sitio, pero sí de tiempo. Había perdido la cuenta de los años y décadas que llevaba existiendo junto a Coranice, pero había visto todo tipo de realidades sociales y culturares hasta el punto que no evocaban en él más que indiferencia.


Aun así, una extraña sensación de interés había despertado en él ante aquella visión esa noche. El interés no era algo que frecuentaba en su gama de sensaciones, así que decidió dejarse llevar y cruzó el portal de Coranice.


Un gato se escondió debajo de un modelo de automóvil muy alejado de los Cadillacs y Fords que había llegado a ver, si no fuese por el volante ni lo reconocía como un automóvil.


Sus pies lo llevaron por la calle mientras su mirada se paseaba por las casas, no sabiendo muy bien si de verdad había merecido la pena salir de Coranice. “¿Por qué quieren existir los humanos?” La pregunta que le había hecho su madre hace tanto tiempo vagaba por su cabeza, no se había molestado en planteársela, y saber la respuesta le serviría de poco, creía él,  pero contemplando cómo se comportaban, cómo anhelaban la evolución, cómo competían entre ellos, no entendía el por qué.


El sonido de unos pasos que se acercaban le avisó que no estaba solo. Una chica caminaba hacia él con gesto distraído. Llevaba un ropaje que Kristoph nunca había visto en una mujer y el tono rojizo de su pelo se le antojaba artificial.


Cuando la chica reparó en su presencia, apenas un metro los separaba. Como era de esperar, se quedó parada unos segundos mientras asimilaba a Kristoph, luego pareció darse cuenta de que había dejado de andar, agachó la cabeza y continuó apresuradamente con su camino.


“¿Por qué quieres existir?”. Las palabras habían brotado de lo más profundo de Kristoph sin que éste se hubiese parado a meditarlas.


La chica de nuevo se detuvo en seco, esta vez de espaldas a Kristoph.


“No lo sé, pero quiero”. También parecía que había hablado sin pensar.


Kristoph no prestó atención al sonido de los pasos alejarse y de una puerta abrirse y cerrarse a su espalda. Dentro de su cabeza reinaba un terrible silencio. Podía sentir un hormigueo nacer en su pecho y recorrer todo su cuerpo hasta la punta de los dedos. Ella quería existir, aunque no sabía por qué. La respuesta había sido tan simple, tan sincera, tan abrumadora para él. El motivo de su existencia era Coranice, sin Coranice, nada tenía sentido, ¿o sí? ¿Y si no hacía falta un sentido? ¿Y si nada tenía sentido?


Las preguntas empezaron a azotar su cabeza, acompañadas de latigazos de emociones que no conocía, pero que le hacían sentir más vivo de lo que se había sentido desde el día en el que casi se ahogó en el lago. Quería aferrarse a ese sentimiento de incertidumbre que le llenaba de vida.


Se volvió y contempló la habitación iluminada de una de las casas, donde seguramente había entrado la chica. Con pasos inseguros, se acercó a la puerta y leyó el nombre de los propietarios, Mr & Mrs Holligan”.


Su mirada vagó por el cielo sin luna. “Quizás acabe siendo un viejo enfermo vagabundo”. No sabía si esas palabras iban dirigidas a sí mismo, a su madre, a Coranice o a las estrellas que hacían de testigos, pero se sintió bien después de pronunciarlas.




Puntuación final: 8,7


Última edición por Penquiu el Mar 30 Jul 2013 - 1:11, editado 1 vez
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Mensaje por gabriel__unico Lun 22 Jul 2013 - 1:56

Me ha encantado, es casi perfecto a mis ojos, al principio me decía... ''Que largo.'' Pero al final valió la pena leerlo.
Me hubiera gustado una... continuidad más seguida en la historia, pero bueno.
Que hubiera añadido saltos en el tiempo, criaturas y... Una chica con el pelo tintado de ROJO me ha enamorado personalmente.
Aunque los párrafos separados de esa manera no me han gustado tanto.... Sobre todo que tengan renglones en medio, aunque no sé si es cosa de Penquiu así que lo perdonaré.

Te pongo un 9'5, y no creo que le ponga tanto a ningún escrito más.
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Mensaje por Penquiu Lun 29 Jul 2013 - 21:41

Me ha gustado en general el desarrollo de la historia y los saltos que has ido dando. Quizás lo que menos me gustó fue el comienzo (me resultó bastante confuso y cargado de palabras), pero que todo comienzo es confuso, así que...

Algo negativo quizás sea el barroquismo en ciertos momentos del relato que luego a mi parecer ha ido desapareciendo.

Mi puntuación es de un 9,1
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Mensaje por Rafter Lun 29 Jul 2013 - 23:39

Leído, le pongo un 7,5.
Al principio me pareció un tocho y casi inentendible, pero al final le pillé algo de gustillo y acabó hasta gustandome algo.
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Mensaje por Kelevra Lun 5 Ago 2013 - 5:47

Me ha encantado Twig.

Me recuerda mucho al tercer capitulo de Un Mundo Feliz, por lo de las narraciones intercaladas.
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Mensaje por Twig Jue 8 Ago 2013 - 6:22

Bueno, el flash back ni podría decir que me lo inventé ya que lo soñé. Y vaya cosa más denigrante soñé, joder,  luego fui reconstruyendo el sueño en mi cabeza y me quedé to Escrito en la modalidad de prosa nº 1 2652153318, así que lo cambié un poco y andando.
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